La caprichosa historia del arma profética contratada por Balac, que dispara salvas, sigue divirtiendo. Sin embargo, también se atreve a narrar con sutileza un relato sobre la religión mágica.
Preocupado por las masas israelitas que atraviesan su territorio, el rey moabita Balac contrata a Balaam, un renombrado lanzador de maldiciones, para que embista a estos disciplinados israelitas antes de que consuman sus campos como langostas o escapen indemnes del otro extremo de sus pastizales. Parece que los reyes-pastores antiguos podían irritarse fácilmente ante tales intrusiones en sus prados metafóricos. Después de todo, el mantenimiento de esos terrenos sustentaba en parte una autoridad regia que, a menudo, tenía poco más en qué apoyarse.
Famosamente, Balaam falla en su misión, pronunciando bendición tras bendición sobre el pueblo de Moisés, cuando se suponía que debía prefigurar su destrucción con palabras incendiarias que, con el tiempo, se convertirían en espadas bañadas en sangre, en respuesta a sus palabras escarlatas.
Esto no habría de suceder.
Bajo esta narrativa, la sórdida historia de los repetidos intentos de Balac para reubicar a Balaam revela la esencia de la religión mágica: una empresa, tanto antigua como moderna, que busca los mismos logros que promete la religión de YHWH, pero sin la entrega de autoridad humana que esta última exige.
Esto tampoco habría de suceder.
La religión mágica es mecánica, mientras que la fe en YHVH, el Dios de los esclavos liberados, es persistentemente —y a veces letalmente— personal. La religión mágica depende de la calibración precisa de palabras, posturas, ritos y ángulos. La religión de YHVH también tiene todos estos elementos (como lo evidencia Levítico), pero en su núcleo plantea un Dios que habla soberanamente desde intenciones inescrutables y bondadosas.
Balac, en cierto sentido, es el hazmerreír de la narrativa literaria. Cree que su monarquía y los recursos para contratar mercenarios le han otorgado control sobre lo que, a estas alturas, el lector ya percibe como la decisión inmutable de YHVH de prosperar a los herederos de Abraham. Imagina que los elementos mecánicos poseen alguna potencia frente a esta resolución divina.
Esto tampoco habría de suceder. En la trama bíblica, la religión mágica no es impotente; simplemente siempre decepciona.
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