Para cuando el libro llamado Isaías va in crescendo hasta el vértigo culminante de su capítulo final, la voz profética ha traficado con la imagen de la Hija Sión sin reticencias a la hora de hablar de su belleza y de su deslumbrante e inverosímil ornamentación.
No es para este profeta la reticencia a dar forma a palabras que admiran el cuerpo femenino y la belleza de la mujer. Eran otros tiempos, otra estética. Las reglas no eran las nuestras.
Ahora, a medida que se acerca el final de la enorme obra, el autor recurre de nuevo a la metáfora femenina. Esta vez, se trata de la imparable determinación de YHVH de redimir a Jerusalén, de convertirla o devolverla al lugar que le corresponde en el centro del cosmos. La envidia misma de las naciones.
Para el ojo bíblico, la redención es siempre inesperada. Muy a menudo, los momentos que la componen son repentinos. Así:
¿Quién ha oído cosa semejante? ¿Quién ha visto tales cosas? ¿Es dado a luz un país en un solo día?
Isaías 66:8-9 (LBLA)
¿Nace una nación toda de una vez? Pues Sión apenas estuvo de parto, dio a luz a sus hijos.
Yo que hago que se abra la matriz, ¿no haré nacer? —dice el Señor. Yo que hago nacer, ¿cerraré la matriz? —dice tu Dios.
Ahora Sión -tan a menudo la personificación femenina sorprendida o perpleja o atónita de la improbable elegida de YHVH- está embarazada. De hecho, está de parto.
Pero es un parto inusual, que dura sólo un momento. Las contracciones no han hecho más que empezar cuando, de repente, sus hijos -no uno, sino muchos- corren a través del vientre palpitante para unirse a nosotros aquí, en la luz. En esta luz.
Esto no ocurre en condiciones normales. Nadie ha oído hablar nunca de algo así. Sin embargo, en este momento, es el propósito de YHVH y así será.
¿Quién ha oído cosa semejante? ¿Quién ha visto tales cosas? ¿Es dado a luz un país en un solo día?
¿Nace una nación toda de una vez? Pues Sión apenas estuvo de parto, dio a luz a sus hijos.La mera descripción del trabajo acelerado y preternaturalmente productivo se enmarca entonces en la propia interpretación de los acontecimientos por parte de YHWH.
Yo que hago que se abra la matriz, ¿no haré nacer? —dice el Señor. Yo que hago nacer, ¿cerraré la matriz? —dice tu Dios.
Isaías 66:8-9 (LBLA)
Tal vez la metáfora aluda a YHVH como Padre Divino de Israel, el Progenitor Divino de un pueblo. O tal vez YHVH actúe aquí como comadrona. La imagen está llena de polivalencia, su referencia quizá singular, quizá múltiple, siempre sugerentemente abierta a la reflexión más allá de las impresiones iniciales.
En cualquier caso, YHVH está decidido a redimir a la Madre Sión, a multiplicar sus hijos, a poblar su futuro con hijas e hijos. Su propósito, que da vida y genera comunidad, no se detendrá en seco, como tampoco se le dirá a una mujer que está a punto de dar a luz que no lo haga.
La redención, aquí, es inevitable.
Sin embargo, uno se pregunta si la metáfora del trabajo de parto de una mujer invita al lector a considerar otra inevitabilidad del proceso: su dolor.
A lo largo de sesenta y cinco de los sesenta y seis capítulos del libro, Sión nunca ha estado lejos de los problemas. De hecho, ha sido ensangrentada por los problemas. Despojada por los problemas. Expulsada y rechazada por los problemas.
Tal vez la imparable sed de redención de YHVH, la propia inevitabilidad de todo ello deba verse como una forma de conducir a sus hijas e hijos a la gloria de la redención a través de un dolor que grita en voz alta la imposibilidad de la redención.
Sin embargo, para este profeta, la cacofonía vertiginosa y redimida de la gloria final del pueblo sólo parece ser imposible, un espejismo maldito, el embrujo practicado sobre los desesperanzados por mil sueños zombificados.
De hecho, sugiere la voz isaiana, siempre iba a ser así. Este camino gozoso, abundante, glorioso. Inevitable.
Yo que hago que se abra la matriz, ¿no haré nacer? —dice el Señor
Leave a comment