El primer paso hacia la sanidad es un diagnóstico certero. A pesar que ser objeto de revisión médica implica meter el bisturí de forma minuciosa, cualquier acción es justificada con tal de que el médico logre encontrar la solución.
Algo similar sucede con los oráculos proféticos de Isaías que presionan una y otra vez, diagnosticando para determinar por qué la nación se encuentra enferma. Si Israel/Judá requieren ser tratadas, el profeta Isaías insiste, ellas primero tienen que esforzarse para comprender la naturaleza y gravedad de su aflicción.
Ella debe ver. Ella debe escuchar.
Porque este es un pueblo rebelde; son hijos engañosos, hijos que no quieren escuchar la ley del Señor. A los videntes les dicen: «¡No tengan más visiones!», y a los profetas: «¡No nos sigan profetizando la verdad! Dígannos cosas agradables, profeticen ilusiones. ¡Apártense del camino, retírense de esta senda, y dejen de enfrentarnos con el Santo de Israel!» (Isaías 30:9-11 N.V.I).
En la retórica del profeta Isaías, los niños son presentados en el primer plano por dos razones. Primero, en los diagnósticos fúnebres de los capítulos anteriores del libro, los adultos son quienes deberían estar en capacidad de saber mejor su proceder, pero se comportan como niños.
En segundo lugar, cuando la promesa redentora del libro florece en la segunda mitad del libro, Jerusalén personificada como adulto, habiéndose imaginado como una mujer sin hijos, queda atónita al ver cuántos niños regresan a ella desde lo lejos.
En el pasaje mencionado, los ‘niños’ son las ‘gentes rebeldes’ de YHWH, impacientes con cualquier demanda que pudiera limitar su libertad para auto-destruirse, aunque esta palabra sea instrucción o corrección.
Aunque aquí no hacen ningún esfuerzo para silenciar al vidente y al profeta, ellos cooptarían su mensaje. Cambiarían el bisturí que es como un filo agudo y quirúrgico de la fe Yahwistica—un instrumento cuya espada servía para efectuar la vida y la curación—por la suave y cómoda auto-absorción religiosa.
Silenciar al profeta o comprar su mensaje, el resultado es el mismo.
Los niños rebeldes dan las órdenes, según el escrutinio de Isaías, mientras que aquellos cuya palabra debe ser recibida y honrada, son ordenados de aquí para allá como empleados principiantes. Los mandamientos llegan en un perfecto quiasmo (incluso aquí el profeta es un artesano), como el resueño del tambor:
¡No veas!
¡No nos profetices lo correcto!
¡Háblanos cosas superficiales!
¡Profetíza ilusiones proféticas!
En demasiadas ocasiones preferimos manejar nuestra piedad de esta manera. Nos gustan nuestros profetas, con todo y corbata, y con buen acento, siempre y cuando no nos incomoden con sus demandas rigurosas.
Ante la ausencia de cierta fuerza, preferimos hacer del profeta nuestro consolador, nuestro entrenador, el agente y manager de nuestra siempre positiva auto-imagen.
Sólo porque YHWH está dispuesto a causarle dolor a los suyos, a fin de que puedan encontrar la redención, nuestra esperanza puede permanecer viva. Y nosotros con ella.
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