En medio de muchas razones que el Libro de Isaías se distingue, lo encontramos en su introducción con la palabra Emanuel (Hebreo: עמנו אל) como un nombre propio.
Como con todo en este vasto trabajo bíblico, esta introducción sucede enigmáticamente. El apego más famoso del nombre a un niño que aún no ha nacido, es precedido por la aparición de la palabra en contexto de guerra, amenaza y liberación. Lo cierto es que nadie podría suponer que en este escenario sobresalga un niño.
Por cuanto desechó este pueblo las aguas de Siloé, que corren mansamente, y se regocijó con Rezín y con el hijo de Remalías; he aquí, por tanto, que el Señor hace subir sobre ellos aguas de ríos, impetuosas y muchas, esto es, al rey de Asiria con todo su poder; el cual subirá sobre todos sus ríos, y pasará sobre todas sus riberas; y pasando hasta Judá, inundará y pasará adelante, y llegará hasta la garganta; y extendiendo sus alas, llenará la anchura de tu tierra, oh Emanuel (Isaías 8:6–8 R.V.I. ).
La violenta Asiria se levanta impecablemente hasta el borde de casi estar ahogando a la vulnerable, agitada y conspirada Judá. Esas aguas inundarían al pueblo hasta la garganta, sin dejar tregua para la salvación. Aunque hay otra interpretación que hace que ‘Emmanuel’ sea el mismo dueño de las ‘alas extendidas’, la interpretación más común recibe las palabras ‘Oh Emmanuel’ como una exclamación. O bien las alas de Asiria que se despliegan llenarán ‘la tierra de tu pan, oh Emmanuel’, y donde Emmanuel es el señor de la tierra mancillada. O ‘Emmanuel’ es un grito de desesperación solitario: ‘… y las alas extendidas (de Asiria) llenarán la anchura de su tierra (es decir, de Judá). ¡Oh, Emmanuel!’
En cualquier caso, ‘Dios con nosotros’ continúa siendo una extraña y desconcertante expresión que despierta la curiosidad del lector sobre lo que se encuentra en este pasaje.
El texto requiere la más mínima pausa antes de ser digerido hacia su segundo uso de Emmanuel como algo cercano a un nombre. De nuevo, la imagen de un niño no se visualiza ni se escucha.
Reuníos, pueblos, y seréis quebrantados; oíd, todos los que sois de lejanas tierras; ceñíos, y seréis quebrantados; disponeos, y seréis quebrantados. Tomad consejo, y será anulado; proferid palabra, y no será firme, porque Dios está con nosotros (Isaías 8:9–10 R.V.I.).
La condenada conspiración de dos de los vecinos cercanos de Judá (Siria y Efraín, 7.5-7) se escucha y hace sentirse por medio del eco. A pesar de que ‘ustedes pueblos’ y ‘todos ustedes países lejanos,’ incluye probablemente a Asiria e incluso a otras naciones, ello comienza con los conspiradores más cerca de casa como los son los vecinos de Judá, Siria y Efraín.
El rostro de desesperación que expresa los judaitas por el ataque asirio, citado unos versos antes, se desvanece ante un mensaje confiado de derrota a las naciones que se atreven a venir en su contra. ‘Emmanuel’ funcionó como un cuasi-nombre en el versículo 8, su misterio se extiende aún más aquí, donde la palabra provee la razón por la cual Judá no caerá ante las oscuras conspiraciones pueblos y naciones armados.
‘Emmanuel’ –signifique lo que signifique la extraña yuxtaposición de las expresiones hebreas עמנו (‘con nosotros’) y אל (‘Dios’)—no permitirá la total destrucción de su tierra y de su pueblo.
Pero, ¿dónde están los niños?
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