os imperios son vulnerables a la arrogancia. Eventualmente siempre los atrapa la arrogancia.
Cuando YHWH silba a la abeja Asiria para infligir con su ardiente pero redentiva picadura a Judá, la cual se ganó el título de ‘un pueblo sin Dios’. Asiria falla en comprender lo que significa esta redención.
Lo envío contra una nación impía, lo mando contra un pueblo que me enfurece, para saquearlo y despojarlo, para pisotearlo como al barro de las calles. Pero esto Asiria no se lo propuso; ¡ni siquiera lo pensó! Sólo busca destruir y aniquilar a muchas naciones. (Isaías 10: 6-7 N.V.I.)
La distancia entre ‘saquear y despojar y pisotear (Judá) el fango de las calles’, por un lado, y ‘destruir y cortar las naciones’ podría expresar un solo matiz. Pero para el texto, representa un mundo diferente entre la intención de YHWH y el juego- final de Asiria.
Manifiesta una distinción de propósito y de carácter que lo expresa todo. YHWH (sólo …) propone afligir, para luego sanar. Al contrario, Asiria—la casi indiscutible superpotencia del momento—tiene la intención llevarlos al exterminio.
Si la aparente sorpresa de YHWH ante la severidad de Asiria plantea cuestiones éticas propias sobre el comportamiento divino, eso debe esperar para otro momento.
Por ahora, es Asiria la arrogante imperial es la que salta a la vista.
Pues dice: ‘¿Acaso no son reyes todos mis jefes? ¿No es Calnó como Carquemis? ¿No es Jamat como Arfad, y Samaria como Damasco? Así como alcanzó mi mano a los reinos de los ídolos, reinos cuyas imágenes superaban a las de Jerusalén y de Samaria, y así como hice con Samaria y sus dioses, también haré con Jerusalén y sus ídolos.’ (Isaías 10:8-11 N.V.I).
Tan cierto como el sol que se levanta en el oriente y se oculta en el occidente, el éxito persuade a los poderosos que el pasado iba a predecir el futuro. Aunque no sea así. Ningún sistema es tan cerrado.
Siempre hay razones para conservar la humildad, entre ellas el andar de personalidades que todavía no se han contemplado. En el libro de Isaías, una de estas presencias clandestinas se atreve a sugerir que las naciones son ante él como simple polvo.
Asiria, en la medida que el texto pretenda darnos acceso a los pensamientos de esa gran nación, aguarda ciertas respuestas obvias a sus arrogantes preguntas retóricas:
¿Acaso no son reyes todos mis jefes? En efecto.
¿No es Calnó como Carquemis? Por supuesto, mi señor.
¿No es Jamat como Arfad? No hay un golpe de diferencia entre ellos, mi rey.
¿No es Samaria como Damasco? Sin duda.
¿No tomará entonces mi mano Jerusalén y sus ídolos? ¡Adelante y exáltate!
Lo que el texto bíblico sabe es que el imperio se vuelve ciego y olvida la realidad de que no está solo en el campo de la grandeza. Otros se inquietan y se incomodan por el momento en que esté ensimisma.
Y para Isaías, la palabra más importante aún no ha se ha pronunciada:
Uno de ellos no es un ídolo.
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