¿Qué significa cumplir setenta años?
Fundación Universitaria del
Seminario Bíblico de Colombia
Celebración del septuagésimo aniversario
28 marzo 2014
¡Feliz cumpleaños!
Espero que todos se sientan satisfechos, orgullosos, y alegres en una ocasión tan digna de celebrarse como la que nos convoca en esta tarde hermosa en Medellín.
Ante la invitación de poner mi grano de arena en esta gran celebración, me siento agradecido. Aunque contar los años me hace sentir un poco viejo, he sido admirador del SBC (Seminario Bíblico de Colombia) y, luego, de la FUSBC (Fundación Universitaria Seminario Bíblico de Colombia) por la tercera parte de esos setenta años de bendición y desafío que celebramos hoy.
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En lugar de una declaración solemne… o de una exhortación enérgica… o de un discurso expositivo erudito… o de un grito fiestero… les planteo una pregunta.
¿Qué significa cumplir 70 años?
¿Qué significa esta bendición y este logro, pues es evidente que hay mucho más aquí que un simple accidente del calendario?
El testimonio bíblico toma muy en serio la historia: Dios está haciendo algo con nosotros y con su mundo. Este algo se hace realidad en el espacio y en el tiempo. En este caso, en Medellín, y a lo largo de setenta años.
Desde la perspectiva bíblica, las cosas tienen un destino. Existe además un camino hacia ese destino. Un elemento de nuestro protagonismo en la historia a la cual la Escritura nos orienta es tratar de entender los elementos que constituyen nuestro camino; es decir, los eventos… y los años… los eventos que nos han formado… y nuestros años.
La conclusión de estas siete décadas… algunas de ellas vividas bajo las condiciones menos prometedoras que uno podría imaginar… tiene que significar algo. Aquí hay más que la mera aglomeración de días… que se sumaron para producir meses… que se amontonaron hasta llegar a años… que nos sorprendieron, pues de repente se multiplicaron hasta medirse por décadas… que se han acumulado hasta llegar a la augusta edad de setenta años.
A mí me parece, no sé si a ustedes también, que todo esto, por alguna lógica, tiene que significar algo.
¿Qué significa cumplir setenta años?
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Estas reflexiones me han llevado a la experiencia del profeta bíblico que se llama Daniel.
El noveno capítulo, en sus primeros versículos, del libro que lleva su nombre dice:
Corría el primer año del reinado de Darío hijo de Jerjes, un medo que llegó a ser rey de los babilonios, cuando yo, Daniel, logré entender ese pasaje de las Escrituras donde el SEÑOR le comunicó al profeta Jeremías que la desolación de Jerusalén duraría setenta años. (Daniel 9:1–2 NVI)
Hijo de la comunidad judía del cautiverio babilónico unos 450 años antes de Cristo, Daniel se dedica a escudriñar las palabras del profeta Jeremías que se han atesorado en el seno de su comunidad. El antiguo profeta Jeremías había entendido y prometido algo importante. Después de 70 años de sufrimiento, soledad y purificación—así pronosticó ese profeta de antaño—el SENOR volvería a recordar a sus hijos e hijas cautivos. Perdidos en un contexto pagano donde uno sentía la imposibilidad de cantar los cánticos de Jehová en una tierra de extraños,—por lo menos de cantar esas recordadas alabanzas con el vigor y la alegría que merecían—los cautivos judíos más atentos convivieron con esa promesa de Jeremías como huésped mudo en la casa; huésped que no hablaba… pero tampoco se iba.
Ahora, Daniel, con un ojo enfocado en la palabra profética y otro puesto en el contexto de su pueblo, entiende por revelación que las cosas no son tan fáciles. El tiempo de paciencia… el tiempo de ese muy activo esperar que es una de las principales virtudes del pueblo de Señor, el tiempo de aguardar la visita del Mesías no mide 70 año… sino setenta semanas de años.
El ángel Gabriel responde al clamor y al esfuerzo exegético de Daniel, y le informa que:
Setenta semanas han sido decretadas para que tu pueblo y tu santa ciudad pongan fin a sus transgresiones y pecados, pidan perdón por su maldad, establezcan para siempre la justicia, sellen la visión y la profecía, y consagren el lugar santísimo. Entiende bien lo siguiente: Habrá siete semanas desde la promulgación del decreto que ordena la reconstrucción de Jerusalén hasta la llegada del príncipe ungido. (Daniel 9:24-25 NVI, adaptado)
La promesa es segura y cierta, pero la gracia divina se desenvuelve en una manera más compleja—más multifacética—de lo que hubiera sido posible contemplar.
Conforme a una venerable tradición interpretativa de Daniel 9, los cautivos sí tendrían después de los prometidos 70 años su oportunidad de retornar a la tierra, eso sí. Pero a la vez los propósitos de Dios serían más ricos, más complejos, más sofisticados y más difíciles de lo que se habían imaginado. Su calendario sería a la vez más prometedor y más exigente. Y vendría su Mesías.
¿Qué significa cumplir setenta años?
Quizás para el Seminario honorable que nos convoca hoy, significa paciencia… significa prestarse al desafío y el privilegio de confiar en Dios en tierra de extraños. Quizás significa la posibilidad de que sus labores no están al punto de concluir sino que apenas han comenzado. Tal vez significa que el principal aporte de la generaciones que se congregan aquí hoy es poner los cimientos… es mantener la noble, santa y efervescente tradición de la fe cristiana bajo presión, en una Colombia secularizada, secularizándose, y a veces confundida… es convertir el exilio en la oportunidad de orar y trabajar en favor de la prosperidad de la ciudad a la cual el Señor los ha llevado… o, en el caso presente, en la ciudad en la cual el Señor los ha plantado.
Quizás cumplir setenta años significa… paciencia… y determinación.
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Pero puede ser que cumplir 70 años signifique también otra cosa.
Si a Daniel, la insistente tradición de acercarse a los textos y los números bíblicos de manera creativa le permitió leer los 70 años de Jeremías multiplicados por 7, quizás a mí se me permite restarle a los 70 años un cero.
Aunque sea solo un poco, no quiero perder la oportunidad de hablarles acerca de mi nieta Kyla. Kyla no tiene 70 años. Pero sí tiene sus 7.
Esta joven bella, jocosa, a la vez tímida y atrevida … se aprovecha de cualquier pretexto para bailar … para cantar … para correr … para trepar un árbol solamente porque hay un árbol y ella es Kyla.
Cuando Karen y yo hablamos con Kyla por Skype, ella nos pregunta, ‘¿Puedo ver a Sammy y a Rhea?’, los dos perros que comparten techo con nosotros. Ahora, Sammy es ciego y Rhea es loca. Los dos son perros rescatados del abandono y del abuso. Algunas de las secuelas de maltrato que han sufrido no tienen y no tendrán solución. Hablando con todo candor, estos dos caninos pobrecitos no tienen muchos admiradores.
¡Pero Kyla los admira!
Con sus siete años, a Kyla la vida le fascina. Ella ama la vida. A Kyla le encanta compartir la vida. Ella no quiere estar sola, pues la gente es tan interesante y… de repente… divertida.
Karen y yo no tenemos acceso al futuro de nuestra nieta de siete años. Quizá su vida será larga y feliz, llena de familia, de amigos, de propósito, de salud, de Dios. Quizás, Dios no lo quiera, la tragedia espera a Kyla a una vuelta del camino.
No sabemos.
Y a Kyla no le importa. A su edad tan tierna de siete años, Kyla es más sabia que su abuelo en este sentido: ella sabe que lo que tiene es hoy. Ella vive el día de hoy con toda la transparencia, con todo el atrevimiento, y con todo el gozo de sus siete añitos.
¿Qué significa cumplir 70 años? Restémosle a ese número formidable un cero.
Quizá hoy es un regalo de Dios para que el Seminario—como Kyla—lo viva con todo el gusto. Quizá mañana es otra oportunidad para que esta comunidad viva un día a la vez… para que sus integrantes se amen…. para que se traten con ese diligente cariño que caracteriza el ser humano cuando se da cuenta de que es hecho poco menor que los ángeles… y que tanto él como su vecino son formados a imagen de su Creador.
Quizás significa que en esta comunidad hoy es un día para cantar… para bailar… para exhalar las preocupaciones tan tenaces que nos agobian… y sentirse felices… juntos.
Por un momento, pierdan ese cero y sean un Seminario joven… inocente…. agradecido.
Quizás cumplir setenta años significa juventud.
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O quizás setenta años es la edad ideal para anticipar cosas grandes … hechos heroicos …. movimientos de liberación y de encuentro tanto con Dios como con aquella genuina libertad que parece ser el objetivo no negociable del Señor para los suyos.
Quizás setenta años no significan exactamente juventud, sino ‘apenas comenzando’.
No sería la primera vez.
Se ha comentado que el Éxodo es para el Antiguo Testamento lo que la cruz de Jesús es para el Nuevo; es decir, el momento paradigmático en el que el Señor se manifiesta para sacar a los suyos de la esclavitud… para humillar la arrogancia de los que se oponen a él y afligen a sus hijos e hijas… para crear futuro donde las conclusiones siempre se han impuesto… para hacer que la vida reine donde la muerte se ha proclamado rey… para recordar a los padres y a las madres y, recordando, cumplir promesas que si no han sido olvidadas, han dejado de convencer.
Me encanta un detalle tipo ‘demográfico’ que pasa casi inadvertido en las audaces narrativas bíblicas del Éxodo. Se trata de un comentario escueto en el capítulo 7 de Éxodo, un detalle que establece la edad de los dos protagonistas hebreos más recordados del drama liberadora que las líneas de este libro de la Torá nos regala.
El texto nos avisa que el Señor está al punto de desnudar su brazo para cambiar el orden de las cosas en el mundo de nuestros padres hebreo:
El faraón no os oirá—les advierte el SEÑOR a Moisés y a Aarón con un perfecto realismo—pero yo pondré mi mano sobre Egipto y sacaré a mis ejércitos, a mi pueblo, los hijos de Israel, de la tierra de Egipto, con grandes juicios. Y sabrán los egipcios que yo soy Jehová, cuando extienda mi mano sobre Egipto y saque a los hijos de Israel de en medio de ellos. (Éxodo 7:4-5, RV)
Y luego este detallito en el verso 7, como si fuera hecho para una septuagésima fiesta de cumpleaños:
Ahora, tenía Moisés ochenta años de edad, y Aarón ochenta y tres, cuando hablaron al faraón. (Éxodo 7:7, RV)
¡Ochenta años!… ¡Y ochenta y tres!
¡Son unos jovencitos!
Diez años antes, los eventos que a este Moisés… a este ‘hombre egipcio’ como el texto lo reconoce… lo convertirían en el gran libertador y legislador de Israel, apenas comenzaban a acelerarse… a conducir a este ser humano y al pueblo hebreo a proezas que ellos en ese momento jamás hubieran imaginado.
¿Quién sabe si al Moisés de la corte faraónica le montaron una fiesta de cumpleaños cuando cumplió sus setenta años…? ¿Quién sabe si la fecha pasó inadvertida, pues eran los papás que lo habían soltado en el Nilo y a la protección del Dios de los hebreos… eran ellos quienes habrían recordado la fecha de nacimiento de este niño hebreo convertido en príncipe egipcio. Y ellos no estuvieron.
Pero una cosa podemos saber: Moisés, al cumplir setenta años tenía por delante un rol poco imaginable en la liberación de los esclavos hebreos y en el nacimiento de un pueblo que sería la posesión particular de Jehová. Y Moisés jamás habría sido capaz de conocer lo que le esperaba dentro de poco.
Setenta puede ser, apenas comenzando. Cumplir setenta puede ser la antesala a grandes cosas, el prefacio del capítulo que representa el destino de uno. O de un seminario.
Cumplir setenta años puede significar anticipar…
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Al final de cuentas, quizás no nos toca saber precisamente qué significa la suma de los años que hemos cumplido.
La juventud y la vejez, medidas por un conteo de años, son fantasmas. La realidad ocurre a un nivel más profundo que las apariencias, un nivel al cual los contadores populares de años tienen poco acceso.
Pero una cosa sí sabemos, una realidad articulada con particular claridad por el autor del Salmo 31:
¡En tu mano están mis tiempos! … ¡En tu mano están nuestros tiempos! (Salmo 31.15)
Existen ciertas declaraciones de los salmos que uno, con su impaciencia exegética, podría relegar a lo netamente religioso o sentimental. Pero el mejor antídoto a la impaciencia exegética es la paciencia exegética. Cuando uno pacientemente permite que el texto se interprete a sí mismo, el realismo del Salmo 31 salta a la vista.
Es un poema-oración repleto de lamento y confianza, una astuta combinación de los dos, que refleja la vida de cada uno de nosotros… para no decir, la vida de un seminario que está cumpliendo siete décadas de servicio. Desde mi remota distancia, es obvio que la vida del SBC ha sido nutrida tanto por aquel lamento que el Señor atiende como por aquella confianza que poco a poco Él siembra y riega en una comunidad como ésta.
Con total transparencia ante el Dios que nos invita a expresarle nuestra realidad, el escritor del Salmo 31 puede quejarse de que, He sido olvidado como un muerto; he llegado a ser como un vaso quebrado. (Sal. 31.12)
En una misma conversación, el poeta reposa en el cuidado divino que a lo largo de los años ha llegado a conocer: Tú eres mi roca y mi castillo; por tu nombre me guiarás y me encaminarás. (Sal. 31.3)
Para no dejarnos a la merced de una miopía interpretativa, el salmista concentra su verdad en esa declaración potente que es la corona de este salmo: ¡En tu mano están mis tiempos!
Es más que su verdad. Es nuestra verdad. Es más, es la verdad.
En tus manos, Señor, están nuestros tiempos. En tus manos, Señor, están los tiempos de este Seminario, los pasados, el presente, y los futuros.
Las fiestas de cumpleaños representan un exquisito momento para recordar esta verdad, aún más cuando los años cumplidos suman setenta.
Amigos de la Fundación Universitaria del Seminario Bíblico de Colombia… en los días y en los años que les esperan …
- ¡Sean pacientes y determinados, como los cautivos que con Daniel aguardan la venida de Mesías!
- ¡Canten y bailen con Kyla!
- ¡Anticipen grandes cosas, con Moisés!
- ¡Con el salmista, confíen en Él que atesora sus tiempos en sus manos divinos!
¡Feliz cumpleaños!
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