La retórica de la segunda mitad de Isaías revela una actitud quejosa de parte de Israel/Judá/Jerusalén, insinuándose como víctima de las circunstancias y los hechos de YHVH. Por el contrario, la voz profética insiste en que Judá debe afrontar la responsabilidad de su situación y realizar un arduo esfuerzo para esperar en el futuro de YHVH. Futuro al cual Judá tendrá acceso solo por medio de la sumisión al consejo de YHVH.
Esta actitud es manifiesta en Isaías 50 ante el supuesto divorcio que Israel/Judá ha sufrido a manos de su esposo, YHVH.
Así dice el SEÑOR:
¿A la madre de ustedes, la he repudiado?
¿Dónde está el acta de divorcio?
¿A cuál de mis acreedores los he vendido?
Por causa de sus iniquidades,
fueron ustedes vendidos;
por las transgresiones de ustedes
fue despedida su madre.
¿Por qué no había nadie cuando vine?
¿Por qué nadie respondió cuando llamé?
¿Tan corta es mi mano que no puede rescatar?
¿Me falta acaso fuerza para liberarlos?
El profeta toma el argumento de los aparentemente ofendidos y se lo aplica a ellos mismos. Según él, YHVH es en realidad el ofendido. Él no es el responsable principal del supuesto divorcio que Israel/Judá ha sufrido, sino ellos. Sus propios hechos han producido esta separación.
YHVH bien pudo haber resuelto la crisis. Es más, él se hizo presente particularmente para realizar este propósito. Pero nadie respondió a su ofrecimiento.
El pueblo dudó de la buena voluntad y/o de la capacidad de YHVH. El distanciamiento que para siempre marcó la vida del pueblo es producto de esa permanente duda.
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